12/1/11

¿A QUE HUELEN LAS AVES?


Distintas vistas del cerebro de un ave. Fuente: Developmental Biology Online


Bueno, pues tras las vacaciones navideñas en las que tod@s hemos destilado merengue y buenas intenciones toca hablar de “¿a que huelen los pájaros?”. No, no os preocupéis, no escribiré sobre compresas ni sobre Juanma Bajo Ulloa, simplemente trataremos el olfato de los pájaros.

Este es un tema apasionante y en realidad bastante desconocido, incluso entre los propios profesionales y aficionados experimentados, ya que aun está fuertemente arraigada la idea de que el olfato de las aves es pobre y que se trata de un sentido secundario. El motivo es que durante mucho tiempo se creyó que el reducido tamaño de los bulbos olfatorios de los pájaros en comparación con el cerebro, implicaba a su vez un limitado olfato y, solo unas pocas y excepcionales especies como kiwis, petreles o algunos buitres -con bulbos de gran tamaño-, usaban este sentido en sus actividades diarias. Pero la naturaleza es un pozo de sorpresas sin fondo y son cada vez más los trabajos que han desvelado las particulares capacidades de estos animales. De hecho, hoy en día se cree que es muy probable que la mayoría de las especies utilicen el olfato en su vida cotidiana hasta tal punto que se le suele comparar con el de los mamíferos. Es más, presentan tantas analogías –actuales y evolutivas- que ya se ha iniciado el debate sobre la creación de una nueva terminología que refleje este parentesco.




El petrel boreal (Oceanodroma leucorha) localiza sus nidos en el bosque por el olor. Imagen: Alaska-in-pictures.com 


Los estorninos pintos (Sturnus vulgaris) eligen los materiales para el nido en función de su olor. Imagen: Manuel Isern.


Para no entrar en explicaciones engorrosas sobre el porqué fisiológico de la capacidad olfativa de las aves he optado por dejaros algunos ejemplos ilustrativos de esta destreza, que además creo que divertirán e incluso sorprenderán a más de uno. Por ejemplo, los paseriformes cantores, pajaritos que poseen bulbos cerebrales mínimos, pueden detectar determinados olores con la misma habilidad que lo haría una rata. O los más populares kiwis (Apteryx spp.), que como sabuesos ingleses rastrean el olor de las lombrices, su alimento, introduciendo el pico en la tierra húmeda. Pero no acaban aquí los ejemplos. Los álcidos coloniales como el mérgulo empenachado (Aethia cristatella), que viven en colonias de cientos de miles de individuos en las Islas Aleutianas, son capaces de reconocer a su pareja por el olor a mandarina que desprenden durante la reproducción y que es único de cada individuo, evitando así echar una cana al aire. O la sorprendente relación de reacciones que permiten a los albatros, petreles y paiños localizar los bancos de zooplancton de los que se alimentan gracias a las emanaciones de sulfuro de dimetilo que produce el fitoplancton cuando es depredado por el primero. ¿Usar perros truferos? ¡Cómprese un petrel!.

Y la lista continua con ejemplos a cada cual más espectacular… Un mundo entero que espera nuevas mentes inquietas que quieran descubrirlo.

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